Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen
y destruyan al fin la ilusa patria de tu adolescencia
cuando veas, igual que hoy, este fantasma
que tiempo atrás te consoló con su belleza.
«Epitafio frente a un espejo»
Juan Luis Panero
Te vi cuando, con un gesto que pretendió ser disimulado, le echaste una mirada al espejo. ¿Qué esperabas descubrir? Dura ha de ser la vida para ti mientras cepillas tu cabello. Pareciera que fue ayer cuando te conocí y, mira, todo el tiempo que ha pasado desde que yo ya no estoy a tu lado. ¿Qué fue lo que hiciste con tu vida después de mi partida? Sigues con la misma rutina quejándote y pidiendo consuelo para curar tu mal. Esto es para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo. Sientes como si ya estuvieras cerca de la tumba. ¿Por qué no quisiste cambiar tu propio destino?
Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen te dices al dejar el cepillo. Lo triste de todo es que han pasado sin que te dieras cuenta. ¿Podría decirse que el tiempo transcurrió a tu alrededor y en ti no se obser- va? Diría que no, al contrario. Es en tu cara donde se ven las marcas de sufrimiento y dolor que has mante- nido. Tu bello rostro que recorría con mis manos para decirte que todo estaba bien. Rostro que tiempo atrás te consoló con su belleza sabiéndote hermosa y única.
Cuando el amor con un vestido ajado se presentó junto a ti, no resististe la tentación personificada. Caíste en las redes de la mentira sin saber que yo me enteraría. Disfrutabas los juegos coquetos en los cam- pos afrodisíacos, mientras yo preparaba la forma de hacerte sufrir. Serías motivo de burla, de piedad o de asombro. Todos conocerían las atrocidades que realizaste, no podrías esconderte.
Duro ha de ser para tu cuerpo ver morir el deseo, cuando ni él ni yo respondíamos a tus llamadas. Lo siento, que- rida, no seré tu burla ni premio de consolación. Entregué todo por ti y esa fue la forma como me agradecías. Tu rostro perdía ese hermoso candor y tu cuerpo perdía tu fina figura. Y buscar sin pasión tu reposo no te llevaba a la satisfacción.
Dura ha de ser la vida, tú que amaste el mundo y ya ni de casa quieres salir. Contemplas por la venta- na aquél horizonte que te transportaba, años atrás, a lugares inimaginables habitados por seres extraños e interesantes, que con una mirada o una suave caricia soñaste poseerlo. Maldices en voz alta la farsa que pro- piciaste. Miras el interior de tu cuarto: oscuridad, desesperación, soledad y tristeza al igual que el interior de tu alma que no esté más adornada con lo efímero y bello.
Dura ha de ser la vida hasta el instante en que descubras que la muerte ya está cerca de ti. Tomarás tu cepillo y mientras te cepillas, pensarás en el porqué de tu decisión. Una lágrima recorre tu mejilla y se de- tiene en tus labios y tus labios fríos no tendrán ya refugio en los labios de otra persona que te ame. No podrás llevarte al nuevo viaje que iniciarás sola con tu alma y el arrepentimiento. Ya no hay lágrimas, ya no más; has secado todo tu interior. Vamos, no hay que hacer esperar a la anfitriona. Te recostarás en la cama, cerrarás los ojos y en tus manos vacías abrazarás la muerte.