Archivo de abril, 2012

Banquete

Posted in Cuento on abril 18, 2012 by alanasm

Aquellos que deseen asistir, comensales

De este blanco mantel,

Se deben rasgar con las uñas los ojos.

«Invitación a un blanco mantel»

Francisco Brines

La comida está lista, la mesa servida y los invitados dispuestos a ocupar sus lugares. ¿Cuál será el menú de esta ocasión? Se preguntan mientras terminan de alistarse. Unos ríen, otros gritan, todos festejan. El anfitrión choca el cubierto con la copa pidiendo la atención de los presentes. Blanco mantel. / Es un error: pues no hay color, ni hay lugar prevenido, / ni nada que soporte / lo que habrá de ser luz, o lo indeciso. Toma su lugar. Los comensales, estupefactos, lo observan acomodarse la servilleta debajo del cuello. ¿Qué habrá querido decir con eso? Comienzan a servirse las copas con un líquido viscoso. El sabor es extraño, como si fuese algo oxidado. Las charolas son descubiertas; no hay platillo alguno. ¿Acaso es una broma? Aunque el anfitrión ni siquiera se inmuta.

Mira a los presentes, da un trago a la bebida. Cierra los ojos, respira profundamente. Acerca su mano derecha al ojo del mismo lado y con fuerza aprieta hasta sentir brotar la sangre. No grita, no siente dolor alguno. Es su ojo el que está en el plato, transmitiendo, aún, las imágenes hacia el cerebro. Se mueve para los lados capturando desde su nueva posición.

El anfitrión toma, ahora, el cuchillo para la carne dirigiéndolo hacia su oreja. De un solo corte desprende la carne y la acomoda en el plato junto al ojo. A diferencia del primer sentido, éste ya no tiene respuesta. Es sólo una parte más del cuerpo. Piensa sus acciones fríamente y con peñascos secos quebrantar los oídos debe continuar el festín.

Las reglas son claras: desprender cada uno de sus sentidos, compartirlos con las personas importantes en su vida, no manchar el blanco mantel si no sufrirá. No hay que tener miedo al dolor, es la única forma de defensa del cuerpo. No le temas pues no existe el dolor que se aproxime. Te privarás de cada sentido. Serás parte de tus seres queridos.

El anfitrión vuelve a cerrar el ojo que le queda, abre su boca. Con una mano estira la lengua y con la otra corta. La coloca, al igual, en el plato. La sangre escurre, abundante, por su barbilla y mancha su traje, mientras evita el contacto con el blanco mantel. Recuerda que no debes mancharlo.

Faltan dos sentidos, ¿cuál seguirá? Dejar de oler o ya no sentir. Tienes que hacer la selección para que tus invitados puedan comer. Alguien intenta gritar pero no hay canto que oír.

El mismo cuchillo que ha servido para desprender el gusto y el oído, ahora comienza su trayecto por el brazo izquierdo para buscar el lugar perfecto y cortar. Penetra con fuerza hasta chocar con el hueso. Como si fuera un reloj, baja poco a poco. Con el único ojo ve el trayecto del mismo desprendiendo esa parte. Con mucho cuidado rebana el brazo hasta que, extrañamente, ahora sí un escalofrío recorre su cuerpo y el dolor comienza a incrementar. ¿Por qué demonios me duele, qué hice mal? No sólo le zumba el brazo, sino la lengua, el oído y el ojo.

El ojo aventurero en el plato observa cómo el blanco mantel comienza a teñirse de rojo. No recordó que la sangre del brazo sale con presión siendo la que provoca el dolor y si lo manchas —recuerdas las indicaciones— ya puedes conocerte.  La presión le aceleró el corazón hasta detenerlo.

El sonido de la lira

Posted in Cuento on abril 10, 2012 by alanasm

—Discúlpame— fue lo último que escuché de sus labios que siempre ansié y aun pude probarlos, cuando vi a la serpiente entrar por uno de los hoyos cerca de las piedras donde la encontré. Todo por querer que se enamorara de mí, por insistirle, por pedirle que me escogiera y no a él y su lira. ¡Claro! El encanto de su música fue la que la cautivó. Yo un simple pastor que no podía ofrecerle más que el resultado de mi trabajo.

Recuerdo la primera vez que la vi; su cabellera rubia que brillaba aún más con los rayos del sol, como si el mismísimo Apolo hubiera dejado parte de su inmensidad en ella, su semblante sereno, y esa sonrisa discreta que la acompañaba un ladeo de cabeza con un cerrar de ojos.

—Me llamo Aristeo— le dije mientras le ofrecí una manzana; la que llevaba para comer mientras cuidaba al rebaño.

—Euridice— respondió; sonrojada.

Sentí cómo mi corazón era perforado por las flechas doradas de Eros y me era indispensable estar a su lado todos los días, mas el destino nos tenía preparado otro camino. ¡Ah, infeliz dios!, ¡Cómo fuiste capaz de flecharla con las de plomo, que siempre cargas en tu carcaj, para que me evitara! Yo la procuraba, me prendía más a ella con el paso del tiempo. Desde que escuché los primeros acordes musicales a su llegada, supe que todo sería diferente.

Una mañana, al hacer mi pastoreo, vi cómo Euridice escuchaba atenta, recostada en la hierba, la música proveniente de ese instrumento que me es imposible tolerar. Ella buscaba la manera de pasar más tiempo con él que conmigo. No me era concebible que me rechazara de esa manera por un simple músico (para ese entonces desconocía su viaje a lado de Jasón y los argonautas) que no le procuraría estabilidad.

El día de su boda, encontré a Euridice bañándose en el río. Desde la sombra y detrás de los árboles veía su refrescar usando una concha de mar; recolectaba agua y la dejaba caer por la espalda, por sus pequeños pechos de adolescente donde yo podía haber depositado mi ser. No resistí y salí de mi escondite a su encuentro. Se sobresaltó y con sus brazos intentaba cubrir su desnudez, pero uno de sus pezones erectos sobresalía como si estuviera a la espera que lo succionara. Forcejeamos, logró escaparse de mis brazos, tomó su vestido y corrió por el bosque. Imité su recorrido, hasta que la perdí. Gritaba su nombre ¡Euridice! ¡Euridice!, pero no tenía respuesta. De repente un grito me heló la sangre. Caminé con mucho cuidado hasta donde provino el sonido y la vi, tenida en la hierba, con una mordida en el tobillo. La tomé en mis brazos, le besé la frente y expiró.

Escuché pasos y la voz de alguien que la buscaba. Cobardemente la dejé ahí tendida y trepé al árbol más cercano. Observé cómo él se acercaba, ya no caminando, se tumbó a su lado, le llamaba pero ella no respondía. Recuerdo que no lloró, tomó su lira y tocó la melodía más triste que haya escuchado mortal en esta tierra. Lo odié, lo odié desde ese momento.

Las personas dicen que bajó hasta el reino de Hades y Proserpina a pedir el alma de su amada. Dicen que Sísifo descansó por un momento de empujar la roca, que Tántalo no sintió hambre al escuchar la lira que deleitaba a los reyes del Inframundo. Dicen que Proserpina cautivada por la belleza, tanto física como melódica, convenció a Hades para liberar el alma de Euridice. Hubo una sola condición: no debía de verla hasta salir completamente. Después de un largo camino, y sentir que su amada iba detrás, le respiraba y tomaba su mano, él no logró vencer a la tentación y al volverse, Euridice desapareció con un “Adios”. Algunos comentan que Proserpina quería retenerlo en el Inframundo y provocó que volteara antes de ver la salida. Él nunca más volvió.

El sonido de su lira me ha servido de guía para no separarme de él, como si fuera su sombra, busqué el momento para hacerlo. El tiempo ha llegado para que yo cobre a Orfeo lo que me quitó. Ahora duerme a un lado, en la suya, solo. Apagaré la vela y con cuchillo en mano saldré de mi tienda.

“La noche es el reino de los sentidos, diálogos con mis fantasmas”. «Elogio del insomnio» de Alberto Ruy Sánchez

Posted in Reseña on abril 4, 2012 by alanasm

Reseña publicada en Revista de la Universidad de México en el número 98, abril del 2012.

Todos, alguna vez, hemos sufrido de insomnio. Las causas pueden ser tan distintas como lo son las personas: haber tomado café en exceso, estar pensando en las preocupaciones y el estrés cotidiano, alguna película de terror o suspenso que haya impactado, etc., lo que conllevaría a: dar vueltas en la cama, pararse de la misma varias veces, mirar hacia el techo y ya no saber qué hacer para poder conciliar el sueño. ¿Se podría disfrutar el insomnio, sacarle provecho y no estigmatizarlo a pesar de ser un trastorno? En Elogio del insomnio (Alfaguara, 2011) de Alberto Ruy Sánchez se tratará esta situación.

El propio autor ha declarado que reciente el prejuicio cuando le preguntan si padece del insomnio, ya que él lo disfruta a pesar de tenerlo desde muy temprana edad. Es clara y directa su respuesta, tanto que se ve reflejada en la escritura del libro. Las cinco partes que conforman el libro nos muestran distintos momentos de la vida de Alberto en donde el insomnio se hace presente, ¿o es que es a partir del insomnio que esas estampas aparecen como si fueran un total de veintiuna noches en vela?

Escrito como ensayo a manera autobiográfica donde los recuerdos imperan, los lectores conocerán distintos momentos sobre Ruy Sánchez y su vida desde los juegos e imaginaciones con sus primos y hermano en casa de su abuela, lugar donde la escalera se vuelve un portal a otros mundos, hasta la vida en Atizapán de Zaragoza, las inundaciones y el “fantasma de Adolfito”, o su gusto por el cine, el teatro, los museos, las lecturas, estudios y pláticas en Paris con Roland Barthes, Michael Foucault, Nino Rota, entre otros. Y no olvidar, por supuesto, la carta que escribe para Magui al estar sobre la tumba de Cortázar y los recuerdos que vivieron al conocer al Gran Cronopio, como le decían.

Poco a poco nos introducimos a la naturaleza, al bosque principalmente, cuyo significado oscila entre la vida y el inconsciente, la oscuridad y el misterio. También, ese espacio indómito tan característico en la literatura, pintura, grabados, por nombrar algunos, donde el ser humano es ínfimo ante esa magnitud. Es el lugar donde el héroe se adentra para probarse a sí mismo, alcanzar la madurez necesaria a través del enfrentamiento de sus miedos, los peligros. O el espacio donde la gente se refugia en busca del alejamiento de la vida mundana, sintiéndose protegidos por su propia esencia. Y es por lo anterior, que Ruy Sánchez habla como sendero de preparación hacia un templo en particular y a través de imágenes tanto de poemas, como de fotografías se observarán ramas y troncos que hacen referencia a la sensualidad y al sexo femenino. Y menciono lo del templo, ya que Alberto escribe sobre ellos (budistas o japoneses) y la referencia a que antes de llegar a ese destino, se cruza la espesura del bosque: Varios troncos que se dividen en dos ramas ya no pueden hacerlo si no dejan en el delta de su separación la fisonomía de un pubis e incluso un sexo: De manera a la vez sutil y abrupta, cada uno parece enarbolar bellísimos labios vaginales. (Pág. 108).

Llegamos, ahora, a Mogador, la Ciudad Amurallada y conocida ya para los lectores de las novelas de Alberto. Sin embargo, no es la ciudad de Fatma, ni la de La Casa de los Sonámbulos, o la del amante desesperado en busca de los jardines, ni la de Jassiba, sino la ciudad de Alberto, así como las cabras trepadas al argano tan característico de la región, pero desconocido para muchos; es el descubrimiento por parte del autor-viajero de esa ciudad que se volverá emblemática para sus novelas y cuentos.

Cinco cartas de amor hacen su aparición a partir de la ficción. No es el autor contando otra escena o memoria, sino creación literaria pura. Es decir, se ve la maestría incomparable en torno al erotismo que él ha desarrollado en sus novelas. De nuevo, las cartas asemejan a ese momento de vela en donde se piensa al ser amado, se evoca y se siente a pesar de estar separados.

¡Cómo no maravillarse uno con el misterio, la duda e, inclusive, la mentira! Al llegar a Bali, se cuenta la costumbre de los nueve granos de arroz en la frente (número primordial en la narrativa del autor), el masaje y el acto amatorio que se cree como una visita de Shiva, pero que resulta ser un aprendiz de masajista. Es sugestivo cómo a manera de ofrenda, la amada comienza a usar esos granos del diario y así las mujeres del pueblo la imitan por el significado o simple moda.

La última escala del viaje es la fiesta de la “vela” en Tehuantepec, Oaxaca. Y aquí “vela” tiene los dos significados: pasar la noche sin dormir o el utensilio para iluminar, ya que es una fiesta en donde el dormir no se presenta. A partir de la visita de unos gobernantes guatemaltecos, la justicia a manos del propio poblado, los linchamientos no faltan; como es un festejo donde se visten a las mujeres de tehuanas y sus atavíos están llenos de oro, hay quienes creen que es fácil el atraco y de manera irónica muchos no se enteran de los robos, salvo por los resquicios del fuego y las horcas en los árboles, creando así una nueva superstición donde las mujeres no usan las flores de esos árboles por ser un mal sino.

Y como Rotterdam tiene su Elogio a la locura donde se aborda este tema y la estulticia, de la misma forma Alberto Ruy Sánchez valiéndose no sólo de un subgénero literario llámese ensayo, autobiografía, cuento, crónica, sino la mezcla de los anteriores, con poemas que escucha, recuerda, fotografías de sus viajes y con una claridad en el lenguaje en Elogio del insomnio nos transfiere su baraka, el conocimiento, sus historias, su infancia y sus momentos de insomnio.

Alberto Ruy Sánchez, Elogio del insomnio, México: Alfaguara, 2011.